Ariguanabo TV
7 min readDec 19, 2019

“Ariguanabo, historia, música y poesía.
Nuestros abuelos canarios (III)”

Último tomo de la trilogía publicada por DEPACA, cuyo autor -y miembro de nuestra Asociación-, es el cubano canario Roberto Domínguez Lima, con Prólogo del conocido periodista e intelectual Federico González Ramírez.
El libro incluye -entre otros temas interesantes- la biografía actualizada, hasta marzo del presente año, del trovador Silvio Rodríguez Domínguez, la lista alfabética de sus composiciones más conocidas y algunos de sus pensamientos, visiones y criterios, vertidos a través de entrevistas y de sus propios escritos; espinelas de Ángel Valiente, repentista cubano que junto a “El indio Naborí” protagonizó la “controversia del siglo”, rescatada por el profesor de la ULPGC, Maximiano Trapero y editada en su momento en Canarias; deliciosos poemas -dedicados a las islas- de Ana Núñez Machín, afamada intelectual cubana de raíces canarias; las palabras de René de la Nuez al recibir su merecido premio en el Teatro del Museo Nacional de Bellas Artes; actualidad del Proyecto ariguanabense Habacuc; información sobre un bosque dedicado a José Martí; reportajes a canarios residentes en el Ariguanabo e historias de familias de emigrantes canarios hacia Cuba así como listas de canarios que se acogieron a la nacionalidad cubana en San Antonio de los Baños, ciudad fundada principalmente por canarios, a partir de una taberna establecida por el canario Joseph Cabrera, allá por el año 1775

PRÓLOGO
EN LAS RODILLAS DE ROBERTO
Federico González Ramírez

La noche de los Comités de Defensa de la Revolución, toda Cuba se convierte en una gran ‘caldosa’: en cada cuadra, en cada ciudad, existe una excusa para compartir con los vecinos la madrugada. Esa noche de 1999, mientras se acababa septiembre, Marta y yo fuimos huéspedes festivos, hasta que llegó el sol, de los vecinos de la calle Concordia, en La Habana, la misma calle en que se grabó buena parte de la admirada ‘Fresa y chocolate’, de Gutiérrez Alea. Una de aquellas anfitrionas espontáneas que nos retuvo toda la noche sobre el asfalto de Concordia dijo, sobre la música: “Yo también soy canaria”. No le hicimos mucho caso. A cada paso, en Cuba, encontrábamos hijos, nietos, bisnietos de canarios, así que después de muchos días de disfrutar de la generosidad cubana y de su especial afición por recorrer en sentido inverso, cabalgando sobre las huellas de sus apellidos, la enigmática senda de sus historias personales –éste es francés, éste catalán, este apellido tuyo es vasco- la rotunda afirmación de una chica de la calle Concordia que se decía canaria nos resultaba un ingrediente más de la magia humana de Cuba.

Al día siguiente, ya por la tarde, volvimos a Concordia para agradecer la madrugada inolvidable. Allí estaba, entre otras gentes, la chica alta y rubia que se decía canaria, con su hijo, y nos invitó a entrar para que conociéramos al abuelo del niño, su propio padre: un hombre sereno, ya mayor y lúcido, con toda la reciente historia de Cuba en la mirada. Carlos Bencomo. Se llamaba Carlos Bencomo. Un apellido guanche con el que sortear nuestra incredulidad nocturna y entender por qué aquella cubana se reclamaba, solemne y orgullosa, como canaria.

La hija de Carlos Bencomo no sabía entonces que ese hilo, frágil pero inquebrantable, que busca y conduce a través del laberinto de la vida a los cubanos con su origen, tiene su Ariadna vigente en Canarias. Una Ariadna particular, con jóvenes ojos azules y la gorra calada mientras teje, día a día y ante el ordenador, el hilo que después otorga a todo aquel que quiere salir del laberinto y llegar hasta el inicio, si éste fue Canarias. Si tiran del hilo, al otro lado encontrarán –incansable- a Roberto Domínguez.

Incansable Roberto Domínguez. Este tercer tomo de ‘Nuestros abuelos canarios’ es la muestra más fiel de su quehacer callado y permanente de hilador de palabras. Así es la geografía humana –sorprendente, mudable, pasional, amante de la mixtura, impredecible, vital- y su más enérgica expresión –Cuba-. Quién le iba a decir a la hija de Carlos Bencomo, y a mí mismo, que el rastreador más infatigable de huellas canarias en Cuba iba a comenzar su trabajo de exploración vital en La Paterna, cerquita de mi barrio natal de Las Rehoyas, en nuestra ya casa común, Las Palmas de Gran Canaria. Quién le iba a decir a Roberto Domínguez que sus dedos servirían a una misma vez para urdir un telar de caminos comunes y escarbar en el origen canario de su ciudad, San Antonio de los Baños.

Porque eso hace Roberto Domínguez, todo el tiempo, en este nuevo volumen: ‘Ariguanabo: Historia, música y poesía’. Escarbar –historia- hasta la raíz de San Antonio de los Baños, junto al río Ariguanabo, creada por el canario Joseph Cabrera, que decidió que en ese justo sitio, junto al río, debían hacer un alto en su taberna los cortadores de madera camino de La Habana. Escarbar hasta el origen también canario de San Cristóbal de La Habana, de Matanzas, o de cómo el gomero Antonio Suárez siguió al Tío Cabrera en su aventura tabernaria junto al río. Escarbar hasta encontrar los orígenes de la Beneficencia Canaria, del Liceo Gran Canaria, del Canaria Sporting Club o de la todavía presente Asociación Canaria ‘Leonor Pérez’.

Y no sólo con su voz. Roberto Domínguez escarba con la voz de otros en historias de vida que nos llevan, hasta poder sentirlas, hasta la bisabuela Isabel, henchida de un amor socialmente imposible que la condujo, desde Canarias y ya con hijos, hasta Cuba, contada por su bisnieto Adalberto Valdés. Y escarba, en una labor de orfebre demográfico, en los nombres de los canarios que fallecieron en la guerra de Independencia, y de los que pasaron a ser ciudadanos cubanos.

Roberto Domínguez escarba y urde –música, poesía- el hilo de los sentimientos de su ciudad y de sus gentes, de cuando el Indio Naborí y Angelito Valiente se retaban en un esgrima inigualable de música campesina, o de cuando San Antonio era una orgía melódica -de la que formaba parte su padre, el trecero Roberto Domínguez León- de tríos, de septetos, la Orquesta Mambí, una pasión instrumental. Y da la voz, nuevamente, a la poesía de Ana Núñez Machín, y a la memoria gráfica de San Antonio de los Baños, el original Ariguanabo, modelada pacientemente por su hermano Adalberto Domínguez Lima, y a los impulsores del proyecto Habacuc, donde música y compromiso social van de la mano.

Y, escarbado ya el pasado, Roberto Domínguez regresa al presente, y nos trae las experiencias asiáticas –medicina tradicional, karate- de Wilbert Vargas, otro habitante de origen ‘isleño’ de su Ariguanabo, y las vivencias cubanas de Marco Antonio Toledo, un cineasta canario que culmina su formación en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, un Hollywood caribeño de talento y no de dinero. Y constata la creación sorprendente del Bosque Martiano desarrollado en su ciudad por Rafael Rodríguez Ortiz, sobre un antiguo vertedero, memoria floral de las campañas de José Martí. Entrevistas, informes, censos, relatos, fotografías, canciones, poemas, proyectos… Un Roberto Domínguez historiador, demógrafo, reportero, curioso, construye el edificio común de la memoria de su familia, de su ciudad, de parte de Canarias, de sus vecinos, de sus amigos, con la maestría de los grandes periodistas, ofreciendo el protagonismo del papel escrito a los otros y situándose en una esquina a contemplar, orgulloso, cómo la vida cobra nueva vida con la alquimia de la palabra.

Lo que no puede evitar Roberto es que ese rincón que se deja a sí mismo y a los suyos en el crisol inmenso que ha construido con este libro sea un lugar especial, inigualable, distinto. Porque la humildad de Roberto –Yo soy de donde hay un río- y su vocación por los proyectos humanos compartidos –de la punta de una loma- le obligan a situar a su propia familia –de familia con aroma- en el espacio de la épica anónima, común, de la inmigración –a tierra, tabaco y frío-.

Roberto desvela para sí y para los suyos, entrelazada con la de otras muchas familias que compartieron destino, la historia del origen canario de su bisabuelo Esteban Domínguez, que procedía de Los Llanos de Aridane, en La Palma, y por qué su abuelo, Félix Domínguez, era por tanto un ‘pichón de isleño’. Pero no puede, ni quiere, dejar de compartir abuelo con uno de los autores más admirados de la cultura cubana, un músico cuya sensibilidad a muchos nos sirvió para crecer. Roberto Domínguez, al igual que Silvio Rodríguez –soy de un paraje con brío/donde mi infancia surtí/y cuando después partí/a la ciudad y a la trampa/ me fui sabiendo que en Tampa/mi abuelo habló con Martí-, mamó su infancia ariguanabense sabiendo del encuentro, convertido ya en leyenda familiar, del abuelo Félix Domínguez con José Martí.

Uno de los abuelos mejor cantados de la música de autor recobra aquí, gracias a Roberto, su rostro, su familia, su historia de dolor y de amor, y a sus ancestros, y el propio Silvio Rodríguez recobra parte de verdad en su biografía, siempre en riesgo de transformación por quienes lo admiramos en demasía. Roberto Domínguez reconstruye el ideario de Silvio, a través de múltiples entrevistas, pero sobre todo recoge los datos precisos de la vida de Silvio, aportados por él mismo para este libro ‘familiar’ de Roberto.

Así lo sé, porque quiero echarme/en su misma fosa/sin oración y sin losa/hueso con hueso viajero, canta Silvio de su abuelo, del abuelo compartido, esos mismos huesos viajeros de quien hace recuento ahora Roberto. Lo sé como sé su silla/su cuchillo, su mascada/y su corona nevada/lo sé cual sé su rodilla. Roberto Domínguez sitúa con este nuevo libro a todos los cubanos descendientes de isleños, de canarios, a recordar a sus abuelos, las sillas donde se sentaban, los cuchillos con que trabajaban, su tabaco, sus canas, en el remo sabio y tierno de sus rodillas, como Silvio y Roberto, Roberto y Silvio, saben de la rodilla acogedora, hospitalaria, de Félix Domínguez, pichón de isleño, su abuelo. Yo me siento ahora, y espero que me acompañen, sobre esta rodilla hecha de memoria y en forma de libro que nos ofrece, siempre generoso, Roberto Domínguez.

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