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8 min readJul 4, 2023

Guerra y paz: Bielorrusia
Por Orestes Martí.

La Guerra entre Rusia y Ucrania/OTAN, ofrece constantemente “visiones” y opiniones que resultan tremendamente interesantes para analistas internacionales, periodistas y hasta simples mortales como quien esto trata de dar a conocer entre nuestros amables lectores que insisten una y otra vez en que publiquemos desde diversos ángulos.

Hoy 4 de julio de 2023, el periodista Oleg Yasinsky (1) publica el artículo titulado “Un vuelo de cigüeña sobre Bielorrusiaque vamos a compartir de forma íntegra como es nuestra costumbre para que cada cuál saque sus propias conclusiones.

“Bielorrusia es un país absolutamente especial. Siendo la más pequeña de las exrepúblicas eslavas de la Unión Soviética, es la única que celebra su día de independencia no en la fecha de su separación de la URSS, como la gran mayoría, que justamente perdió con eso su soberanía, sino el 3 de julio, el día cuando su capital, Minsk, fue liberada en 1944 por el Ejército Rojo de la ocupación hitleriana. También fue en esos tiempos el principal territorio guerrillero.
“En ninguna otra parte de Europa hubo más resistencia al fascismo que en las pantanosas y boscosas tierras bielorrusas, donde uno de cada cuatro sus habitantes murieron en esa guerra. En Bielorrusia también está la fortaleza de Brest, en la frontera con Polonia, el lugar donde se llevó a cabo el más desigual y gran combate de los soviéticos contra el fascismo, con unos 400 soldados del Ejército Rojo y el Servicio Fronterizo rodeados por los nazis que resistieron 32 días al enemigo y nunca se rindieron. Además, allí estaba la aldea de Jatín, que el 22 de marzo de 1943
fue quemada por los nazis alemanes y ucranianos con todos sus 149 habitantes, entre ellos 75 niños, por su apoyo (real o supuesto) a la guerrilla soviética. En total, en Bielorrusia los fascistas quemaron más de 9.200 aldeas con sus habitantes.
El ave nacional de Bielorrusia es la cigüeña blanca, un ser sagrado que une la tierra con el cielo, guardián de las cosechas, del fuego celestial y de todas las fuerzas naturales. También es el símbolo de la paz, sabiduría, pureza, y el eterno renacer de la vida. La cigüeña generó muchas metáforas de un ‘país bajo sus alas blancas’ y la clásica canción que recordamos de un popular grupo bielorruso, Pesniarý, como la imagen más nítida de Bielorrusia que imaginamos desde niños es de una cigüeña blanca que vuela sobre un nebuloso bosque al amanecer. El color de las alas de la cigüeña es también parte del nombre del país, que en su traducción significa ‘Rusia Blanca’.
“La bandera de Bielorrusia es también bastante especial, pues conserva sus originales colores de la república soviética, combinándolos con un bello ornamento del típico bordado nacional.
“Existen países que, al parecer,
no tienen grandes atractivos turísticos ni un especial exotismo en sus paisajes o monumentos, pero que siempre nos hacen sentir más que acogidos, atrapados por la afectuosa sencillez de su gente, que después de compartir los primeros minutos, ya nos parecen los más viejos conocidos. Mis recuerdos de la infancia son largas caminatas por los húmedos bosques bielorrusos buscando los ricos hongos anaranjados bajo las alfombras de musgo y mil pequeños arroyos en todas partes con pececitos que parecen de arrecifes de coral. Las tierras donde crecen y se comen muchos platos de papa y se toma la chicha de manzana, llamada en Bielorrusia ‘vino’.
“Durante mucho tiempo, Bielorrusia existía al margen de las noticias, lo cual, para estos tiempos, sin duda, sería una gran ventaja. Cuando en Rusia y en Ucrania se aplicaba la ‘terapia de shock’ de las reformas neoliberales, el segundo presidente de la Bielorrusia independiente, Alexánder Lukashenko, despreciado por muchos esnobs que se creen intelectuales por su imagen simplona o poco refinada, hizo un inesperado vuelco en el curso político de su país: paró las privatizaciones de las empresas del Estado, mantuvo el control y el financiamiento gubernamental de la salud, la educación y las pensiones y, en los tiempos cuando el flamante capitalismo postsoviético estaba muy de moda,
el paisaje humano y social de Bielorrusia recordaba los tiempos de la URSS.
Para aquel entonces, era casi un escándalo. En las ciudades del país desapareció casi por completo la publicidad extranjera, la desatada vida nocturna de las otras ciudades exsoviéticas fue restringida con el cierre de burdeles y la lucha despiadada contra las drogas,que se tomó por algunos como un ataque directo contra la democracia, evitó muchas muertes. En los hospitales bielorrusos a los enfermos nunca les faltó nada, los que querían estudiar, podían seguir haciéndolo absolutamente gratis, las pensiones, que no eran altas, por lo menos alcanzaban para vivir dignamente, y los productos alimenticios bielorrusos ganaron fama de ser los de mejor calidad y más naturales, ya que Bielorrusia llegó a ser el único país con un estricto control de calidad basado en los altos estándares soviéticos.
“Pero el mundo tenía que acordarse de Bielorrusia. En octubre de 2015, la escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich obtuvo el premio
Nobel de Literatura por “el polifónico sonido de su prosa y la eternización del sufrimiento y del valor”. Creo que es una buena escritora. Probablemente entre un par de docenas de los mejores escritores contemporáneos de habla rusa. También tiene un innegable talento para convertir sus tres creencias –la antirrusa, la anticomunista y la anti-Iglesia ortodoxa– en un producto coyuntural altamente demandado por la prensa mundial que desde hace más de una década trabaja en desestabilizar al Gobierno bielorruso, llamándolo la ‘dictadura de Lukashenko’, por desobedecer la tiranía neoliberal globalizada. En aquel momento, varios pensamos que ese prestigioso premio internacional sería un preludio de varios acontecimientos alejados de la literatura y, lamentablemente, no nos equivocamos.
“En agosto de 2020, Bielorrusia explotó en las portadas de los periódicos del mundo con imágenes de protestas multitudinarias contra su Gobierno. Después de las recientes elecciones presidenciales, donde el mandatario Alexánder Lukashenko, quien está en el poder desde el 1994, obtuvo, según los datos oficiales, más del 80 % de votos, mientras que la candidata opositora Svetlana Tijanóvskaya cerca de un 10 %, pero de acuerdo con las afirmaciones de sus seguidores políticos, ella habría obtenido entre un 60 % y un 70 % de votos, y el Gobierno fue acusado de fraude.
“Ahora es imposible precisar la veracidad exacta de dichas cifras. Es muy probable que con el recurso administrativo del Gobierno, el nivel del apoyo a Lukashenko en se infló algó, pero considerando la alta aprobación de la gestión del presidente por parte de la población bielorrusa, las cifras de apoyo de su candidata difundidas por la oposición carecen de cualquier credibilidad. El proyecto para el mandato de Svetlana Tijanóvskaya era un compilado de las típicas recetas neoliberales que azotan a la mayor parte del planeta y su principal argumento no estaba en una propuesta política diferente, sino en que
“Lukashenko ha estado en el poder demasiado tiempo”. Su campaña fue generosamente apoyada económica y mediáticamente por Occidente, que empezó a tratar al Gobierno bielorruso como ‘la última dictadura de Europa’ y en varias ciudades bielorrusas cientos de miles manifestantes salieron a protestar contra ‘el fraude electoral’, lo que fue un hecho insólito para la tranquila y pacífica Bielorrusia.
“La reacción del Gobierno fue inmediata y dura. Lukashenko acusó a los países occidentales de un complot contra la soberanía bielorrusa y un intento de golpe de Estado, tal como había sucedido en Ucrania hacía sólo 6 años. Los manifestantes fueron reprimidos por la Policía y miles de ellos terminaron encarcelados. Los medios del mundo no se cansaban de mostrar ‘las represiones de la dictadura bielorrusa’. Desde los principios de estos acontecimientos, Vladímir Putin expresó su firme apoyo a su homólogo bielorruso “contra la intentona golpista”.
“Es interesante que, al pasar casi tres años de aquellos acontecimientos y con todo lo sucedido en la vecina Ucrania, parece existir un consenso en la sociedad bielorrusa por mantener al presidente Lukashenko, pues fue la única manera de salvar el país del destino de Ucrania, el mismo que tenían preparado para Bielorrusia los ‘promotores de la democracia’ de
la OTAN. Hablo de un consenso, porque la mayoría de mis conocidos bielorrusos que antes se consideraban opositores a Lukashenko y participaron en las protestas, ahora reconocen que su presidencia es lo mejor que le podía haber sucedido a su país en estos momentos.
“Un tema aparte es el rol de Bielorrusia en el actual conflicto armado en Ucrania. Se sabe que el Gobierno de Lukashenko es un aliado cercano de Rusia. Sin embargo, Bielorrusia, a pesar de las muchas y permanentes provocaciones o presiones desde afuera, se logró mantener fuera de la guerra, y desde los primeros intentos de resolver el conflicto ucraniano de la forma pacífica (los Acuerdos de Minsk, firmados exactamente en la capital bielorrusa y nunca cumplidos por Kiev), siempre y con una infinita paciencia insistió en la búsqueda de soluciones negociadas. Nadie sabe más de la guerra y nadie la odia más que el pueblo bielorruso.
“La reciente
solución a la crisis provocada por la compañía militar privada Wagner en Rusia se hizo posible, primero que nada, gracias a la intervención del presidente bielorruso.
‘El último dictador de Europa’, en momentos de una extrema tensión, hizo verdaderos malabares diplomáticos, salvando las vidas de un sinnúmero de militares y civiles rusos, y gracias al buen manejo de la situación por Vladímir Putin, quien nunca dio órdenes de abrir fuego contra los rebeldes, se supo solucionar la peligrosa situación de la mejor forma.
La Bielorrusia actual es el mejor ejemplo de que a pesar de todos los intentos que haga Occidente para dividir y destruir a nuestros pueblos soviéticos con una cultura y memoria común, antes de lanzar nuestros sueños hacia el futuro, siempre existe la posibilidad de rescatar y conservar lo mejor.

NOTAS:

Oleg Yasinsky

(1) Oleg Yasinsky, periodista ucraniano chileno, colaborador de los medios independientes latinoamericanos como Pressenza.com, Desinformemonos.org y otros, investigador de los movimientos indígenas y sociales en América Latina, productor de documentales políticos en Colombia, Bolivia, Mexico y Chile, autor de varias publicaciones y traductor de textos de Eduardo Galeano, Luis Sepúlveda, José Saramago, subcomandante Marcos y otros al ruso.

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La OCS debe reforzarse y mejorarse como organización regional. Existen requisitos previos para la formación de un nuevo eje de poder en Eurasia gracias a la organización.
Rusia e Irán contrarrestan Occidente y esto resuena en muchos miembros de la OSC.
Ahora le toca a Bielorrusia unirse al bloque. El proceso ya ha arrancado. Juntos los países integrantes tendrán una buena posibilidad de construir un nuevo orden mundial más justo.
Esta es una noticia muy fascinante.

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La oficina de prensa del presidente de Belarús, Alexander Luskahenko, comunicó que el mandatario mantuvo conversaciones durante toda la jornada de este sábado con el líder del grupo militar Wagner, Yevgueni Prigozhin, para establecer acuerdos de frenar su avance hacia la capital rusa. Más temprano, el presidente de Rusia, Vladimir Putin,declaró en un mensaje a la nación que cualquier revuelta será catalogada como “una amenaza mortal”.
El presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, confirmó el 27 de junio que Yevgeny Prigozhin, jefe del grupo militar Wagner, se encuentra actualmente en Bielorrusia, informó la agencia estatal de noticias Belta. Como lo había prometido, Lukashenko permitirá a los miembros del grupo Wagner permanecer en Bielorrusia por algún tiempo, y agregó que coincide con el ministro de Defensa bielorruso, Viktor Khrenin, quien anteriormente había declarado que “no le importaría tener una unidad de este tipo en el ejército”, y le pidió que discutiera el asunto con los representantes de Wagner. Según Belta, Lukashenko señaló que el presidente ruso, Vladimir Putin, puede proporcionar las garantías de seguridad necesarias.

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