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11 min readJul 27, 2019
Foto toma de pantalla.

Las alas del pájaro (II)
Por Orestes Martí

Ayer abordamos la cuestión de Puerto Rico -que como de costumbre mantenemos en permanente actualización-, mientras emitíamos breves notas informativas sobre la celebración en Cuba de “El Día de la Rebeldía Nacional”; hoy lo haremos a la inversa.

Con la presencia del General de Ejército Raúl Castro Ruz, Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba y Miguel Díaz-Canel Bermúdez, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros se llevó a cabo el acto político cultural por el aniversario 66 del Asalto a los Cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes en la Plaza de la Patria en la ciudad de Bayamo, provincia de Granma.

Díaz-Canel: Cuba seguirá avanzando y nadie lo podrá impedir
La Habana, 26 jul (Prensa Latina) El presidente Miguel Díaz-Canel aseguró hoy que Cuba seguirá avanzando y nadie lo podrá impedir, al intervenir en el acto por el aniversario 66 del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.

A continuación Prensa Latina publica el texto íntegro del discurso del presidente Díaz-Canel en el acto central por el Día de la Rebeldía Nacional:

Discurso pronunciado por Miguel M. Díaz-Canel Bermúdez, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, en el Acto Central por el aniversario 66 del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en la Plaza de la Patria, Bayamo, Granma, el 26 de julio de 2019, ‘Año 61 de la Revolución’.

(Versiones Taquigráficas — Consejo de Estado)

Querido General de Ejército Raúl Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba;
Compañero Machado;
Comandantes de la Revolución;
Compañero Lazo;
Heroico pueblo de Granma (Aplausos):

Ante la Generación histórica que nos acompaña pronunciaré las palabras centrales de este acto, en la misma plaza donde el Comandante en Jefe, en igual fecha de 2006, presidió y clausuró por última vez una conmemoración del Día de la Rebeldía Nacional.

Cuando la dirección de nuestro Partido me encargó hablar hoy aquí, recordé aquel momento y pensé en el significado de la tradición que comenzó hace 60 años. En un viaje a la inversa del nuestro, miles de campesinos a caballo tomaron la Plaza de la Revolución José Martí de La Habana, con Camilo Cienfuegos al frente. Al menos dos de ellos se treparon a las farolas, como si fueran palmas, para saludar a Fidel.

Esos guajiros, con sus machetes en la mano, le mostraban al mundo el rostro más auténtico de una Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes.

Con aquel acto comenzaron las actividades conmemorativas del 26 de Julio, una fecha que el odio ensangrentó y el amor convirtió en fiesta de homenaje a los hijos de la Generación del Centenario.

Me preguntaba cómo y en nombre de quiénes debo hablar hoy, teniendo en cuenta que en estos actos, por tradición, siempre se pronuncian dos discursos: el de la provincia sede de la celebración y el de los protagonistas de la historia.

En nombre de los granmenses habló el compañero Federico Hernández, primer secretario del Partido en la provincia. Las palabras centrales de todas las conmemoraciones anteriores, solo han estado a cargo de Fidel, Raúl, Ramiro Valdés y Machado Ventura.

Puede parecer un detalle, pero resulta relevante que los protagonistas de la historia, vivos, lúcidos, activos en su liderazgo político, le encomienden a la nueva generación de dirigentes del país pronunciar las palabras centrales en una de las conmemoraciones más trascendentes de la historia revolucionaria (Aplausos).

Tengo claro que hoy hablo en nombre de los agradecidos, los que enfrentamos el desafío de empujar un país (como dice el poema de Miguel Barnet), conscientes de la extraordinaria historia que heredamos y el compromiso de no fallarles a los héroes de la patria ni al pueblo del que nacimos.

Lo digo al empezar, para que comprendan si en algún momento, como suele ocurrir, la emoción se lleva alguna palabra o algún nombre demasiado entrañable.

A Raúl, a Ramiro y a todos los asaltantes que están con nosotros: ¡Gracias por la confianza, por el ejemplo y por el legado! (Aplausos.)

La historia, ¡qué peso tan descomunal tiene la historia en nuestras vidas! Es justo decirlo aquí, donde ella empezó a expresarse como nación hace 151 años.

¿Quién que se sienta y se diga cubano puede pasar por La Demajagua, por Yara, por Manzanillo, por Jiguaní, por Dos Ríos, por La Plata, por Guisa, por ¡Bayamo!, por sus calles y sus plazas, sin percibir que la historia nos juzga?

¿Quién puede cruzar el Cauto, subir las lomas de la Sierra Maestra, o mojarse los pies en la playa de Las Coloradas sin estremecerse de respeto y culto al heroísmo?

¿Quién que lea La historia me absolverá puede olvidar las palabras de Fidel al explicar por qué se escogió la fortaleza militar de Bayamo para uno de los asaltos?, y cito:

‘A Bayamo se atacó precisamente para situar nuestras avanzadas junto al río Cauto. No se olvide nunca que esta provincia (se refería a la antigua provincia de Oriente) que hoy tiene millón y medio de habitantes, es sin duda la más guerrera y patriótica de Cuba; fue ella la que mantuvo encendida la lucha por la independencia durante 30 años y le dio el mayor tributo de sangre, sacrificio y heroísmo. En Oriente se respira todavía el aire de la epopeya gloriosa y, al amanecer, cuando los gallos cantan como clarines que tocan diana llamando a los soldados y el sol se eleva radiante sobre las empinadas montañas, cada día parece que va a ser otra vez el de Yara o el de Baire’.

Por eso al saludarlos hoy les decía: heroico pueblo de Granma.

Esta provincia, honrada con el nombre de la nave que trajo a tierra cubana a 82 de sus hijos, dispuestos a ser libres o mártires en 1956, es también cuna de nuestra nacionalidad, de nuestro himno, de la Revolución que comenzó Céspedes en 1868 y del Ejército Rebelde que la trajo a nuestros días con Fidel al frente.

No es casual, por tanto, que en Granma esté el segundo cuartel asaltado aquella mañana de la Santa Ana, el Carlos Manuel de Céspedes de Bayamo, que hoy, convertido en parque museo, lleva el honroso nombre de Ñico López, uno de los jefes de la acción en esta ciudad; gran amigo de Raúl, en cuyo despacho ocupa un lugar de honor la foto del muchacho de los grandes espejuelos negros.

Ñico es inspiración un día como hoy en Bayamo. Nuestros hijos y los hijos de sus hijos deben conocer la historia de ese joven, descendiente de emigrantes gallegos, que no era bayamés sino habanero, que tuvo que dejar la escuela y trabajar desde niño para ayudar a su familia; que fue de los organizadores de las acciones de hace 66 años y logró salvar la vida batiéndose heroicamente en las calles de esta ciudad. Que, ya en la capital, se asiló en una embajada y emigró a la Guatemala en ebullición de los tiempos de Jacobo Árbenz. Allí conoció al doctor Ernesto Guevara y, según cuentan, Ñico fue quien le puso el apodo con que lo reconoce el mundo: Che.

Ñico cayó asesinado en las horas posteriores al desembarco del Granma, también en tierras de esta provincia, pero no ha estado ni un minuto ausente de la obra revolucionaria a la que se entregó con tanta pasión y fe en el triunfo, por la cual sufrió hambre y penurias de todo tipo, sin perder jamás el entusiasmo ni la sonrisa.

Es curioso que varias instituciones importantes, como la refinería de Regla o la Escuela Superior del Partido, lleven por nombre, no el oficial de Antonio López, sino el de Ñico. En esas cuatro letras del apodo familiar hay un mensaje: la camaradería y amistad sin límites, como uno de los valores de la Generación del Centenario.

Eran hermanos ¬Fidel, Raúl, Almeida, Ramiro y aquellos hombres y mujeres que pusieron por delante a la nación, que pensaron al país como una familia.

De ellos venimos nosotros y es muy importante que nuestro homenaje, anual o cotidiano, no se quede encerrado en un acto, en unos versos o unas palabras de efemérides.

La Revolución, que necesita ahora que demos la gran batalla por la defensa y la economía, que le rompamos al enemigo el plan de destrozarnos y asfixiarnos, precisa, al mismo tiempo, que fortalezcamos en nuestra gente la espiritualidad, el civismo, la decencia, la solidaridad, la disciplina social y el sentido del servicio público. Porque es uno de los grandes legados de nuestros próceres, de quienes los tomó la Generación del Centenario. Y porque ningún progreso sería duradero si el cuerpo social se descompone moralmente.

Repasemos brevemente los acontecimientos de hace 66 años: Las acciones del 26 de Julio de 1953 no lograron los objetivos que se proponían los asaltantes: se perdió el factor sorpresa, no todos alcanzaron a escapar de la represión, que fue violenta y cruel.

Hombres fotografiados vivos, como José Luis Tassende, herido solo en una pierna, fueron brutalmente torturados y luego reportados como muertos en combate.

Todavía nos golpean los duros testimonios gráficos y orales que recogieron historiadores y periodistas a lo largo de estos años, el más insoportable: imaginar los ojos de Abel en manos de sicarios.

A pesar del dolor, de la pérdida física de esos ‘seres de otro mundo’ de la Canción del elegido, de Silvio, los sobrevivientes de aquella epopeya, guiados por Fidel, no se lamentaron nunca, no se fueron a llorar a los rincones por sus compañeros muertos o asesinados. Crearon un movimiento con un programa liberador que conserva plena vigencia y transformaron el acontecimiento en la motivación de otros combates: el motor pequeño prendió al grande.

Cinco años, cinco meses y cinco días después del asalto a los cuarteles de Santiago de Cuba y Bayamo, negando el supuesto fracaso de 1953, llegaría el triunfo de 1959. El revés se había convertido en victoria (Aplausos).

La explicación del milagro de que un grupo de hombres terminara derrotando a uno de los ejércitos mejor armados del continente, solo puede encontrarse en los valores humanos más sobresalientes de la Generación del Centenario: sentido de la justicia, lealtad a una causa, respeto por la palabra empeñada, confianza en la victoria, fe inconmovible en el pueblo y la unidad como principio.

Durante la reciente discusión de la Ley de Símbolos Nacionales se habló mucho de esa fuerza. La unidad aparece representada en el escudo, desde los tiempos fundacionales, por el apretado haz de varas que va de la base a la parte posterior, como columna vertebral de la nación.

Nuestros padres y maestros nos enseñaron que era fácil quebrar las varitas separadas, pero es imposible partir un haz de varitas unidas.

Cuando convocamos a pensar como país estamos pensando en la fuerza física absoluta que hay en un haz de varas que solas se podrían quebrar con facilidad.

Nos toca pensar como país porque nadie va a pensar por nosotros.

Y el gigante con botas de siete leguas que va por el cielo engullendo mundos, hace tiempo dejó de ser una metáfora visionaria de Martí para transformarse en una cruel certeza de lo que nos espera si, por ingenuidad o ignorancia, subestimamos o creemos que no es para nosotros el plan de reapropiación de Nuestra América que ha emprendido el imperio con la bandera de la Doctrina Monroe en el mástil de su nave pirata.

Venezuela cercada, robada, asaltada literalmente con la aprobación o el silencio cómplice de otras naciones poderosas, y lo que es peor, con la vergonzosa colaboración de gobiernos latinoamericanos, es hoy el más dramático escenario de la crueldad de las políticas del imperio en decadencia que combina comportamientos de policía del mundo con los de juez supremo de la aldea global.

La OEA, cada vez más desprestigiada y servil, tira alfombra roja a la posibilidad de una intervención militar. La Zona de Paz que la Celac acordó en La Habana para preservar a la región de la violencia de la guerra convencional, sobrevive a duras penas por la voluntad de naciones dignas de Latinoamérica y el Caribe.

Y también por la inteligente, heroica y ejemplar resistencia de la alianza cívico militar de Venezuela, su Gobierno y su pueblo a la guerra no convencional con la que todos los días se ensayan nuevas modalidades para rendirlos.

Con desprecio absoluto por lo que un día fue la más sagrada conquista de la comunidad de naciones del planeta: la legalidad internacional, la actual administración estadounidense vive amenazando a todos, incluso a sus socios tradicionales y agrediendo hasta a sus servidores incondicionales.

El mundo entero lo sabe. Lo reconoce la Asamblea General de las Naciones Unidas cuyas resoluciones el imperio ignora.

Lo sufrimos, desde hace 60 años, varias generaciones de cubanas y cubanos, impedidos de construir una nación a la medida de nuestros sueños.

¿Y cuál es el delito por el que se nos castiga?

Nuestros padres tuvieron la osadía de acabar con el abuso y recuperar lo que se le había arrebatado a la nación una y otra vez a lo largo de siglos: En primer lugar la tierra, comprada por transnacionales yanquis al ridículo precio de seis dólares la hectárea, al final de la larga y cruenta guerra de 30 años que terminó con un pacto entre el pujante imperio en gestación y la vieja metrópoli decadente en el cruce de siglos. La colonia sustituida por la neocolonia. La intervención.

¿Por qué la Reforma Agraria?, se preguntaban los autores de la Encuesta de Trabajadores Agrícolas Cubanos realizada por la Agrupación Católica Universitaria en 1956–1957, un estudio que la Ley Helms-Burton nos provoca a desempolvar.

‘…en el campo, y especialmente los trabajadores agrícolas están viviendo en condiciones de estancamiento, miseria y desesperación difíciles de creer’, afirmaban los autores del estudio.

Uno de ellos, el doctor José Ignacio Lasaga, reconoció entonces que en todos sus recorridos por Europa, América y África pocas veces encontró campesinos que vivieran más miserablemente que el cubano.

Falta decir que trabajar la tierra no significaba poseerla. Cuando a aquellos trabajadores agrícolas desnutridos, analfabetos, desesperanzados se les preguntaba cuál era su mayor necesidad, prácticamente todos solo pedían trabajo. Ni siquiera tenían ese derecho garantizado la mitad del año.

El grado de pobreza material y social de nuestros campos impresionó tanto a los encuestadores, que en las conclusiones afirmaban:

‘Ya es hora de que nuestra Nación deje de ser feudo privado de algunos poderosos, tenemos la firme esperanza de que dentro de algunos años Cuba será no propiedad de unos pocos, sino la verdadera Patria de todos los cubanos…’.

La Constitución de 1940, conquistada prácticamente a sangre y fuego por los revolucionarios de la época, se había planteado la Reforma Agraria, pero la Ley no llegó hasta mayo de 1959.

Hasta entonces, nuestra tierra era el feudo de compañías norteamericanas en contubernio con políticos corruptos y al amparo de las fuerzas militares al mando del dictador Fulgencio Batista, quien en 1958, tenía distintos grados de propiedad sobre nueve centrales azucareros, un banco, tres aerolíneas, varias emisoras de radio, una televisora, periódicos, revistas, una fábrica de materiales de la construcción, una naviera, un centro turístico, diversos inmuebles urbanos y rurales, etcétera, según consta en el libro Los propietarios de Cuba 1958.

Se afirma en esa investigación que poco más de 500 personas eran los dueños del país. La mayoría de ellos huyeron al triunfo de la Revolución, abandonando sus propiedades mal habidas y obtenidas con abuso de poder y crímenes incontables por batistianos y cómplices del dictador.

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