Otra vez sobre la posverdad
Por Orestes Martí
En nuestro trabajo “Percepción selectiva” y “Posverdad” -que no pudimos publicar en su momento en MEDIUM por problemas técnicos-, apuntamos lo siguiente:
¿Qué hace un pato con una pata en una noche oscura?. Esa era una pregunta que en nuestro pueblo natal -la villa del humor- se hacía con la indiscutible intención de conducir a un error en las posibles respuestas que se darían a ella. Casi todas las personas al ser cuestionadas, lanzaban una risita maliciosa, pensando seguramente en actos “poco éticos” del émulo de “Donald Mac Pato”, aunque sin percatarse que en la pregunta faltaba información y tenía “truco”: conducía a una respuesta equivocada producto de un “error de percepción”, que hoy algunos identifican con el concepto de percepción selectiva (“un tipo de sesgo cognitivo que se da en el proceso de percepción cuando el sujeto, en función de sus expectativas, selecciona”).
En el pato y su pata pensé cuando leí un “trino” del destacado intelectual argentino Atilio Borón en su cuenta personal de Twitter:
¿Cómo era eso posible -pensamos- si todos saben lo que está pasando en Cuba, en Venezuela y en Nicaragua, el “triángulo” del terror marxista, denunciado virilmente por quién es hoy el adalid de la libertad desde ese hogar de valientes defensores de la democracia, incluidos Mr. Bolton y el Sr.-Mr. Marco Rubio?
La cuestión se volvía interesante; entonces algo nos hizo consultar la Wikipedia y a continuación les copiamos lo que allí encontramos: “Estudios sobre los efectos de la percepción selectiva en los individuos. Según explica Klapper en “Los efectos de la comunicación de masas” en 1960, los espectadores o el público general no son sujetos pasivos ante la publicidad o los mensajes que buscan orientar el comportamiento de los individuos, sino que estos mensajes actúan como reforzadores de pensamientos o convicciones preestablecidas en los sujetos que los perciben, aunque también pueden ser potenciadores de intereses venidos de su rutina como los elementos de su entorno que interactúen con él de forma continuada, por ejemplo familiares o amigos. Esto significa que estos estímulos sólo son eficaces si los sujetos están previamente interesados en su contenido, por lo que el estudio muestra cómo la percepción selectiva actúa en los sujetos, debido a que ante la avalancha de mensajes recibidos, les condicionan o muestran interés por los que están orientados hacia sus creencias, convicciones o entorno.
“Además de los estímulos percibidos gracias a los intereses propios, los sujetos también perciben mensajes debido a lo que esperan del mismo mensaje. Por ejemplo si alguien entra en una tienda en busca de un refresco, será más sumiso a la publicidad sobre bebidas que exista en la tienda que a la de cualquier otro producto. Por otra parte, los sujetos también son más receptivos ante mensajes que se salgan de lo normal, por ejemplo, una persona percibirá mejor un descuento del 80% que uno del 10%, ya que inconscientemente considera el segundo descuento como algo bastante probable.
“En un estudio relacionado con el efecto hostil en los medios, los espectadores vieron una grabación de un partido de fútbol americano particularmente violento entre Universidad de Princeton y Dartmouth. Los aficionados de Princeton registraron haber visto el doble de infracciones cometidas por el equipo de Dartmouth que las que vieron los seguidores de Dartmouth. Un alumno de Dartmouth no observó ninguna infracción cometida por su equipo y erróneamente asumió que sólo le habían enviado parte de la grabación, pidiendo que le enviaran el resto.”…
Llegados a este punto, quisimos ver los posibles vínculos con lo que actualmente se ha dado en llamar “Posverdad”. He aquí lo que encontramos: “Posverdad o mentira emotiva es un neologismo que describe la distorsión deliberada de una realidad, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales, en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales.
“En cultura política, se denomina política de la posverdad (o política posfactual) a aquella en la que el debate se enmarca en apelaciones a emociones desconectándose de los detalles de la política pública y por la reiterada afirmación de puntos de discusión en los cuales las réplicas fácticas ―los hechos― son ignoradas. La posverdad difiere de la tradicional disputa y falsificación de la verdad, dándole una importancia “secundaria”. Se resume como la idea en “el que algo aparente ser verdad es más importante que la propia verdad”.
“Para algunos autores la posverdad es sencillamente mentira (falsedad) o estafa encubiertas con el término políticamente correcto de «posverdad», que ocultaría la tradicional propaganda política y el eufemismo de las relaciones públicas y la comunicación estratégica como instrumentos de manipulación y propaganda”.
¡Ños, que desencanto!. ¿Entonces lo de Cuba, Venezuela y Nicaragua….? Pues, parece que “eso” (Posverdad y percepción selectiva y “más ná”)
Ah…. , antes que se nos olvide -y para los “mal pensaos”- un pato con una sola pata en una noche oscura, lo que hace es “cojear”, obviamente.
Creímos importante comenzar por aquel trabajo por dos temas de gran actualidad: la situación real actual en la República de Chile y un trabajo de Thierry Meyssan aparecido en la publicación Red Voltaire que vamos a compartir con nuestros lectores, para que como siempre, busquen más información en fuentes confiables, las contrasten con las que le brindamos y posteriormente puedan sacar sus propias conclusiones.
Propaganda y postverdad
Hace 18 años que venimos debatiendo sobre la extraña evolución de los medios de difusión, que parecen cada vez menos interesados en la realidad de los hechos. Ese fenómeno se atribuye a menudo a la democratización de la información a través de las redes sociales. Nos dicen que ahora cualquiera puede atribuirse el papel de “periodista” y que eso conspira contra la calidad de la información. ¿Habría entonces que restringir el derecho a expresarse dejándolo sólo en manos de las élites? ¿Y si fuera exactamente lo contrario? ¿No será que, en vez de ser la respuesta a ese fenómeno, la censura que se pretende imponer es más bien la mejor manera de garantizar la continuidad del problema?
La Propaganda
En los sistemas políticos donde el Poder necesita la participación del Pueblo, la propaganda tiene como objetivo lograr que la mayor cantidad posible de personas abrace una ideología en particular y movilizar a esas personas para aplicar esa ideología. Sin importar la buena o mala fe de quienes tratan de movilizar al Pueblo, los métodos utilizados son los mismos.
Sin embargo, durante el siglo XX, el diputado británico Charles Masterman, el periodista estadounidense George Creel y sobre todo el ministro de Propaganda del III Reich Joseph Goebbels teorizaron sobre el uso de la mentira y de la repetición de la mentira, sobre la eliminación de los puntos de vista divergentes y sobre el proselitismo en el seno de organizaciones de masas, con las devastadoras consecuencias que hoy conocemos [1]. Es por eso que, después de la dos Guerras Mundiales, la Asamblea General de la ONU adoptó 3 resoluciones en las que condena el uso de la mentira deliberada con intenciones de desatar guerras y advierte que los Estados deben velar por la libre circulación de las ideas, única solución para evitar el engaño premeditado [2].
Aunque las técnicas de propaganda se han perfeccionado durante los 75 últimos años y se utilizan sistemáticamente en todos los conflictos internacionales, hoy están cediendo lugar a nuevas formas de influencia sobre los países que ni siquiera están en guerra. Ya no se trata de lograr que el público se sume a una ideología y de que actúe al servicio del Poder sino, por el contrario, de evitar que actúe, de paralizarlo.
Esta estrategia corresponde a una organización supuestamente «democrática» de la sociedad, donde el público dispone de la posibilidad de actuar sobre el Poder, lo cual era muy poco frecuente en otras épocas.
La nueva estrategia que acabamos de describir ha ido extendiéndose desde hace 18 años, con la llamada «guerra contra el terrorismo». Son numerosos los intelectuales que han señalado que esa expresión es simplemente absurda ya que el terrorismo no es un enemigo sino una técnica de lucha, un recurso militar. Es simplemente absurdo pretender “guerrear contra la guerra”. Aunque nadie lo entendió cuando se planteó la «guerra contra el terrorismo», la invención de esa paradójica expresión allanaba el camino a la «era de la postverdad».
La Postverdad
Tomemos el ejemplo de la reciente “eliminación” de Abu Bakr al-Baghdadi, el “califa” del Emirato Islámico (Daesh). Todos sabemos que es materialmente imposible que un grupo de 8 helicópteros atraviese en vuelo rasante todo el norte de Siria sin ser visto por la población ni detectado por los sistemas rusos de protección antiaérea. La historia que están contándonos es evidentemente imposible. Sin embargo, en vez de cuestionar la credibilidad de algo que cae en el campo de la propaganda, la prensa –y con ella el público– debate sobre si al-Baghdadi, viéndose arrinconado por las fuerzas especiales estadounidenses, mató a 3 o a 2 de sus hijos al hacer estallar su “chaleco explosivo”.
En otros tiempos, todos hubiésemos estado de acuerdo en que, al ser imposible un elemento esencial de esta historia, no podemos tomar en serio los demás elementos del cuento, empezando por la muerte misma de al-Baghdadi.
Pero hoy en día la reacción es diferente. Se admite que el elemento fundamental materialmente imposible (que nadie haya visto los 8 helicópteros mientras cruzaban todo el norte de Siria en vuelo rasante) fue probablemente falsificado –dando por sentado que se mintió seguramente por razones de “seguridad nacional”– pero se considera auténtico el resto de la historia. Y con el paso del tiempo se olvidarán las actuales reservas sobre ese elemento fundamental y se publicarán enciclopedias que contarán la parte linda del cuento, repitiendo incluso sus partes más increíbles.
Digámoslo de otra manera, hoy se entiende instintivamente que esta narración no está concebida para que conozcamos la realidad de los hechos sino sólo para transmitir un mensaje. A partir de ahí, la prensa –y con ella el público– no toma posición sobre los hechos sino ante el mensaje según ha sido entendido: al igual que Osama ben Laden, Abu Bakr al-Baghdadi ha sido ejecutado. God Bless America porque Estados Unidos es el mejor y el más fuerte.
Para desplazar nuestra conciencia de los hechos hacia el mensaje, los speech writers están obligados a presentar una narración incoherente. No es sólo un error que se repite sino una exigencia técnica de su trabajo.
En la propaganda clásica se buscaba contar historias coherentes, de ser necesario ocultando ciertos hechos o falsificándolos. Ya no es así. Ahora no se trata de convencer con historias bonitas, aunque tengan que tomarse ciertas libertades con la realidad. La propaganda de hoy se dirige a un estado de conciencia intermedio a través del cual se trata de hacer llegar un mensaje. Estamos perfectamente conscientes de que el asunto de los helicópteros es imposible, pero nos dejamos llevar por un razonamiento que lo elimina de nuestro campo consciente. Una parte de nuestro intelecto se ha visto previamente condicionada y nos mentimos a nosotros mismos.
Hay gran cantidad de ejemplos del uso de esta técnica de condicionamiento entre los acontecimientos de los últimos años. Cada uno de los ejemplos que podemos citar aquí haría saltar en sus asientos a la gran mayoría de nuestros lectores ya que en todos los casos su comprensión exige que seamos capaces de reconocer no sólo que nos dejamos engañar sino que nos dejamos engañar con nuestra propia complicidad… y el ser humano detesta reconocer sus errores.
Veamos al menos un pequeño ejemplo, antiguo pero fundacional y que aún sigue teniendo una importancia capital hoy en día. En el momento de los atentados del 11 de septiembre de 2001, las compañías de aviación publicaron de inmediato las listas de embarque completas con los nombres de los pasajeros y de los empleados que habían muerto. Dos días después, el director del FBI expuso su narración sobre los 19 secuestradores aéreos que, según él, habían perpetrado los atentados. Sin embargo, según las listas de embarque publicadas por las compañías aéreas inmediatamente después de los atentados, ninguno de los 19 secuestradores había abordado alguno de los 4 aviones implicados. Por consiguiente, la narración del director del FBI contradecía los hechos… era imposible. Pese a ello, 18 años después todavía hay “expertos” que disertan sobre la personalidad de secuestradores… que no estaban a borde de los aviones secuestrados.
Antídoto frente a la postverdad
Hace 18 años que nos explican que, al poner al alcance de todos la posibilidad de expresarse a través de un blog o de las redes sociales, los progresos de la técnica han devaluado la expresión pública, ya que cualquiera puede escribir o decir cualquier cosa. Nos dicen que antes, sólo los políticos y los periodistas tenían la posibilidad de difundir sus opiniones y que velaban por la calidad de lo que decían o escribían, mientras que hoy el hombre o la mujer común, el vulgum pecus, la masa ignorante e incapaz de distinguir lo cierto de lo que no lo es cree cualquier cosa y se hace eco de las fake news.
En realidad es exactamente lo contrario. Los políticos de primera línea –empezando por el presidente George Bush hijo y por el primer ministro británico Tony Blair– asumieron discursos incoherentes para condicionar las reacciones del público en general y de sus electores en particular. Esa técnica impone lo absurdo frente a la verdad, como cuando se sustituía la verdad con la mentira. Es una técnica que destruye el funcionamiento de los sistemas democráticos, funcionamiento que la gente común está tratando de restaurar con los medios a su disposición.
Las pantallas de televisión catódicas componen las imágenes en 625 líneas. Basta que una sola de ellas deje de funcionar correctamente para que sólo veamos la línea defectuosa que afecta el conjunto de la imagen. Según el mismo principio, basta que oigamos un solo punto de vista diferente para que salten a la vista las mentiras de la propaganda que nos remachan constantemente. Es por eso que la propaganda, cuando recurre a la mentira, exige una censura implacable. Pero si la mentira introduce una incoherencia en el discurso de manera que esa incoherencia se haga voluntariamente evidente, ya no hay necesidad de censurar los puntos de vista alternativos. Al contrario, más vale dejarlos expresarse e incluso mencionarlos denunciando públicamente algunos como fake news.
El antídoto contra la postverdad no es el llamado fact checking –término de moda para designar la “verificación de los hechos”. La verificación de los hechos ha sido desde siempre la base misma del trabajo de periodistas e historiadores. El verdadero antídoto contra la postverdad es el simple restablecimiento de la lógica.
Por eso hoy se está imponiendo una nueva forma de censura. Gran parte de los usuarios de Facebook han sido desconectados en algún momento. Muchos nunca pudieron entender por qué fueron censurados y buscan inútilmente cuál fue la palabra prohibida que no gustó a los algoritmos o la posición “inadecuada” que alarmó a algún moderador. En realidad, lo que a menudo se nos reprocha –e implica incluso la adopción de sanciones arbitrarias– es haber cometido el grave delito de restaurar la lógica ante un razonamiento falso.
Thierry Meyssan
[1] «Las técnicas de la propaganda militar moderna», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 16 de mayo de 2016.
[2] «Los periodistas que practican la propaganda de guerra tendrán que rendir cuentas», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 14 de agosto de 2011.